Como se imaginan, yo no estoy muy feliz con el apoyo de Mario Vargas Llosa a Keiko Fujimori. No solo por una cuestión puramente principista sino porque creo que derechas e izquierdas deberían negociar con Castillo en lugar de asociarse en un conglomerado de liliputienses contra quien evidentemente está a punto de derrotar a todo el establishment. Castillo es un militante de quince años de Perú Posible (lo que curiosamente quiere decir que Vargas Llosa y él ya remaron alguna vez en la misma dirección); y es un sindicalista, es decir un negociador. Si en el 2011 el centro y los liberales negociaron con un Humala con fama de intransigente; ¿por qué no negociar con un Castillo que NO parece tener ninguna obsesión ideológica permanente? No lo comprendo. Lo que comprendo es que si toda la derecha cierra filas en torno a Keiko Fujimori, están declarando que la lucha por los derechos humanos, las libertades individuales, las libertades colectivas, la memoria de las víctimas de la dictadura, las instituciones democráticas, la lucha contra la corrupción, el sistema judicial mismo, la democracia y la simple legalidad quedan desde ahora oficialmente fuera de su terreno, convertidos en elementos secundarios y renunciables cuando se trata de defender el mercado. Eso no es lo que quería Adam Smith. Eso es exacctamente lo contrario de lo que quería Adam Smith (me lo dijo hace un mes alguien a quien admiro: me lo dijiste tú, Mario). Por supuesto, Vargas Llosa tendrá sus motivos y no me cabe duda de que ninguno de ellos es personal. De hecho, en una semana ha recibido todo tipo de ataque y de insulto de la izquierda, y la derecha no lo ha defendido porque la derecha lo odia. Entre los ataques en su contra el más divertido es el de quienes lo insultan por haber llamado a Castillo “una figura de provincia que aparece descontaminada” de la mancha de corrupción que ensombrece a casi todos los demás. Atacarlo por decir eso es simplemente idiota. Porque lo que dice es cierto, primero que todo, y porque, además, es lo mismo que han dicho desde el 12 de abril quienes defienden a Castillo (solo que ellos han dicho “Perú profundo” en lugar de decir “provincias”). (La ruptura entre Lima y todas las demás provincias del país es lo que Vargas Llosa denuncia desde La Casa Verde y en verdad desde La ciudad y los perros). Más delicado es el asunto del golpe de estado. Tengo la impresión de que la gente de izquierda, en cierta forma, cree que si no hablamos de la posibilidad del golpe militar, esa posibilidad va a desaparecer. Vargas Llosa dice que es posible un golpe si Castillo se pone muy chavista. Vargas Llosa es un optimista: el golpe es posible incluso antes de las elecciones. El Comercio lo está promoviendo (para eso han despedido a la jefa de prensa de sus canales). Perú 21 está poco menos que convocándolo: esta semana el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas fue invitado a escribir una columna en la que básicamente dijo que un gobierno de izquierda sería inaceptable. Vargas Llosa no está pidiendo un golpe: está describiendo una realidad muy probable que nadie puede desaparecer enterrando la cabeza como un avestruz. Yo creo que Vargas Llosa tiene una última posibilidad de servir al país, incluso ahora: si, ya después de su decisión, decide influir en la derecha para que no conduzca al país al abismo que él teme, y comienza a trabajar en un diálogo con Castillo, como lo hizo con Humala, en vez de sumarse a quienes quieren estigmatizar a “una figura de provincias que aparece incontaminada”. Sé que lo que estoy diciendo no hará extremadamente feliz a nadie, comenzando por Vargas Llosa y eso me apena mucho. Es mi costumbre decir siempre lo que pienso. La aprendí del mejor, Mario. Es lo que nos enseñaste a tus discípulos, a los de derecha, a los de centro y a los de izquierda, además de la literatura: a decir lo que pensamos y a querer lo mejor para todos, sin dictaduras, sin corrupción, sin comprometer ciertos valores que están encima de las otras cosas.
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